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CAZANDO EL BÚFALO SALVAJE DEL CABO EN LA RESERVA MPOFU SUD ÁFRICA

Por Henry Viscarra

En noviembre del 2018 recibí la invitación de Beans Professional Hunter con quien ya había cazado en 2016, y a quien había manifestado mi interés por cazar un búfalo del cabo, pero no quería que fuera en un coto. En su invitación me dijo que se había abierto la oportunidad de la vida de obtener un búfalo trofeo y en las condiciones que yo quería, pues en 30 años no se había cazado búfalo, pero que este año el gobierno había decretado una saca para mantener el equilibrio de la población en la reserva. “Decide rápido pues no son muchos y si se acaban, ya no habrá más”, me dijo.

Era lo que yo quería: una real cacería en la llanura africana con todas sus emociones y riesgos, un animal totalmente salvaje. Me gustó mucho cómo me hizo cazar el Gran Kudú silvestre el anteaño pasado y estaba seguro de que esta cacería sería más emocionante.

Así que arribamos a Port Elizabeth Henry Jr., mi esposa Mariella y yo a las 3 pm, después de 17 horas de vuelo. Beans nos esperaba en una Hilux super equipada, pasamos por su coto de caza en Tootabi Valley, donde enganchamos un tráiler con todo lo necesario para 8 días de caza. Además, subió Peter, asistente de campo, su esposa para la cocina, y claro, VUVU (por las vuvuzelas del mundial de futbol) un Jack Russell, para rastrear sangre dentro del bush. Desde donde, después de 3 horas de viaje, llegaríamos al lodge de la reserva. El lodge es un self-service de tres estrellas y está adaptado sobre la estructura de una tradicional casa colonial de 1820, suficientemente cómoda y amplia como para pasarla bien.

La reserva cuenta con un área de 16,000.00 Ha, conformada por suaves colinas que convergen muy cerca del lodge, las partes altas de las colinas son pastizales exuberantes y despejados, las partes bajas son quebradas cubiertas de bosque arbustivo que pasa de ralo a denso conformado por acacias tipo guarango, algarrobo, cactáceas y otros que no pude identificar. Las partes bajas se encuentran a 500 msnm. llegando las cumbres a los 1200msnm. Este es el hábitat donde por los próximos días veríamos búfalo de El Cabo, eland, blesbok, red hartebeest, cebra, wildebeest, springbok y uno que otro bushbuck y rhebok común, además de babuinos, chacales, warthogs, etc. Como mencioné, el objetivo del viaje era un búfalo adulto, cazado a pie, sin restarle ninguna ventaja más que el rifle calibre 416 Rigby, con balas de 400 grains, el que en las prácticas de tiro me hizo sentir su peso y tremendo culatazo.

El desayuno se servía de madrugada y salíamos al alba, Beans, Bushy y Wandile (guías locales) Henry, yo y Peter con VUVU. Los búfalos salían de las quebradas boscosas a las planicies elevadas casi al anochecer para pastear toda la noche y, cuando el sol del día siguiente empezaba a calentar a eso de las 8 o 9, se volvían a meter en la sombra para rumiar todo el día. En esas escasas horas teníamos que ubicar a una de las manadas, que ya se estaban moviendo, planear una estrategia de acercamiento y tratar de disparar. Así la pasamos cuatro días. El resto del día acecharíamos eland, bleesbock y red hartebeest, que eran parte del paquete de caza.

El primer día ubicamos una manada de 30 animales con 3 grandes machos. Luego de verificar el rumbo del viento nos aproximamos a 200 metros y vimos que no eran tan buenos, excepto por uno muy grande y viejo, pero con la cornamenta demasiado desgastada y como era la primera salida, los dejamos pasar.

La segunda mañana subimos con la camioneta hasta una meseta desde cuyo borde pudimos ver a un grupo de búfalos que se desplazaban por el fondo del valle, pero de un bosque ralo, así que Bushi decidió que debíamos descender rápida y sigilosamente por unos 800 metros sobre bosque y tratar de adelantarnos a su rumbo y así fue. Llegamos a situarnos a unos 180 metros y colocamos el trípode para hacer un tiro de banda a banda, había dos grandes machos, había que hacer un tiro cruzado apuntando dos cuartas detrás de la paleta para que agarrara corazón. Escogimos uno y desafortunadamente erré el tiro, tenía que haber apuntado bastante más alto, la bala de 400 grains a esa distancia cae como 80 cm. Consolándome, Beans me dijo “mejor un tiro fallado que un búfalo mal herido”.


El tercer día caminamos por un kilómetro hasta situarnos paralelos a una manada grande, separados por un pequeño valle y a aproximadamente 80 metros, siempre chequeando el viento, estuve a punto de disparar dos veces, pero se interponían las vacas o los becerros y con la confianza medrada por el tiro fallado me demoré mucho en decidir. De pronto nos topamos con excremento fresco y huellas, la punta de la manada había cruzado a nuestra banda y los teníamos delante, cuando nos disponíamos a ingresar a una zona de arbustos escuchamos ramas partirse y una estampida. Bushi y Beans dieron vuelta y salimos lo más rápido que pudimos de ahí.

Todos estos lances fallidos cargados de adrenalina habían dejado huella en mi ánimo, así que al cuarto día me encontraba muy ansioso y desmoralizado, ya me veía regresando a Lima con las manos vacías.


Al cuarto día se decidió salir de la reserva para reingresar por la parte superior y por un rancho vecino. Saldríamos a las 4 am para escalar el alambrado al amanecer. Ni bien ingresamos, vimos que de la parte baja salía una enorme manada desde los arbustos hacia el pastizal, así que nos pusimos en movimiento y a marcha forzada avanzamos 2 km hasta situarnos tras unos arbustos y a unos 80 m de un gran macho. Pusimos el trípode, apunté, pero un arbusto le tapaba la parte delantera; sólo tenía que dar un paso y lo cazaba. Pero algo pasó, no sé si cambió el viento o vieron al guía en el horizonte lejano o simplemente infortunio, pues dio el paso hacia abajo y no lo vi más. No lo podíamos creer, estábamos profundamente frustrados y nadie habló hasta regresar a los carros.


Cuando llegamos al carro, por la radio nos comunicaron que un búfalo macho muy viejo y solitario había cruzado la carretera a 100 m de un puesto de control, se había metido al monte y no había salido a la otra banda. Nos invadió nuevamente la esperanza y nos dirigimos rápidamente a la zona. Pero no era el mejor de los escenarios: nos tendríamos que meter a un monte cerrado y con un viento muy fuerte. Bin’s organizó un pequeño mitin y dijo que Bushi rastrearía, Beans iría detrás con un rifle sin mira y un 416 Rigby también; yo detrás de él y Henry Jr. más atrás con Peter y el perro y que, si las cosas salían mal y fuéramos atacados, Bushi se tiraría a cualquier lado y que él dispararía. A mí me dijo “tu no disparás detrás de mí” pues el año pasado un cazador mató al PH en una situación similar.

Así que nos metimos en fila india al monte con los ojos muy abiertos y dirigiéndolos a todas partes, avanzamos por 20 minutos, y a cada minuto la tensión y nerviosismo por tanta adrenalina iban en aumento. Avanzábamos muy despacio, metro a metro, Bushi se agachaba buscando las patas o el contorno de la panza y doblando cada rama para que no se rompa; Beans con el rifle listo: el dedo en el gatillo y el pulgar en el seguro. De pronto, Bushi se detuvo en seco y volteó la cara hacia Beans. Parecía que había visto al mismísimo diablo. Todos nos quedamos inmóviles conteniendo la respiración y sin pestañear.


Permanecimos así por más de 5 minutos. La situación era muy peligrosa: a tan sólo 8 metros, flanqueándonos, estaba el animal entre los arbustos, de cara al viento. Por fortuna éste soplaba paralelo y muy fuerte, lo que no le permitió olernos ni oírnos. Sólo se veían las puntas de los cachos y la frente del bos, que giraban de un lado a otro y todo entre monte espeso. Beans se decidió a romper el hielo y con mucho cuidado avanzó 1 m, se paró, pidió el trípode y me llamó con señas. Me arrastré hacia él, me erguí y apoyé el rifle. Había encontrado un hueco entre las ramas. Sólo se veía un tercio del animal: el lomo, el cogote y los cachos, y me dijo: apunta donde comienzan los arbustos. No tenía un blanco claro, así que apunté al nacimiento del cogote y de ahí bajé lo más que pude ver, y le metí un tiro a través de los arbustos. El animal se derrumbó instantáneamente, pero tan pronto despareció, volvió a aparecer y sin dar tiempo a un segundo tiro, se perdió. Retrocedimos unos treinta metros y por la radio Wandile nos dijo que estaba a unos 50 metros por debajo de nosotros, cruzando un claro. Nuevamente la tensión: bajamos sigilosamente llegamos al claro y lo vimos en el otro extremo, a unos 20m. Nos había escuchado y estaba esperándonos con el cuerpo metido en el monte y de cara a nosotros. Nuevamente apunté para tentar un tiro frontal, pero ya estaba mal herido. Se echó, así que me coloqué de lado y le pegué un tiro al corazón. Para nuestro asombro, se volvió a levantar y se perdió en el monte, no sin llevarse un tiro de Beans. Por la radio, Wandile nos dijo que lo había visto correr quebrada arriba e iba rápido (después nos daríamos cuenta de que era otro). Ante esto, Beans decidió que no podríamos soltar al perro por lo fuerte y cambiante del viento y como lo habíamos visto echarse, sólo era cuestión de tiempo, así que todos volveríamos al lodge, comeríamos algo y después de dos horas regresaríamos con Vuvu.

De regreso, repasamos las reglas y empezamos a bajar. Ubicamos el lugar donde disparé por segunda vez, pero para nuestra desazón no había rastro de sangre así que nos echamos a seguir las huellas y justo antes de entrar a los matorrales, soltaron a Vuvu, el que en vez de seguir las huellas cambió de rumbo monte abajo y tras ladrar dos veces, se quedó mudo. Desconcertado y con los rifles listos, Bushi se dirigió donde ladró el perro. De pronto dio la vuelta mostrando su blanca dentadura: esbozando una enorme sonrisa se dirigió hacia mí y me felicitó. ¡AL FIN BÚFALO!

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